
Roberto Pizano, (Bogotá 21 de octubre de 1896 - Bogotá 9 de abril de 1929). Gran pintor colombiano que escribió el libro más importante sobre Gregorio Vásquez Arce y Ceballos: el pintor colombiano más importante de la época colonial. Revitalizo la escuela de bellas artes de la Universidad Nacional logrando apoyo económico para esta y trayendo una gran colección museográfica de las mejores esculturas y grabados de los grandes museos de Europa antes de que estas fueran prohibidas por el daño que le causaban a las originales. Dejo varios cuadros de gran formato, retratos, entre los que se destaca La maternidad, y algunos paisajes. La mayoría de sus obras están en la familia y en el Museo Nacional. Roberto Pizano se distinguió por sus grandes facilidades de dibujante y brillante colorido. Pinto más de cien óles y cientos de dibujos pero muchos de estos últimos los destruyó ya que el artista era un severo auto-crítico. Además la muerte lo sorprendió cuando comenzaba a producir sus mejores obras.
En el Museo Nacional de Bogotá, existen los siguientes óleos: El Retrato de la Hermana (Nº 2177), Misa de Pueblo (Nº 2178), Coro de la Catedral (Nº2179), Retrato orante de Monseñor Zaldúa (Nº 2180), Acevedo Bemal y sus hijas (Nº 2181) (véase la lámina), Norela (Nº 2182), Retrato del Pintor Páramo (Nº 2183), Paisaje -Barrio de Passy- (Nº 2184), La Madre (Nº 2185). En algunas colecciones particulares existen: El Retrato del Presbítero Rosendo Pardo, Retrato del Pintor y su hijo, Retrato de Arturo Pizano, Boceto de San Francisco de Asís, Retrato de Luis Enrique Ozorio, Retrato de Daniel Samper Ortega, Acevedo Bernal en su Estudio, Su autoretrato, y los paisajes: En el jardín del Pardo y Después de la lluvia.
"En el más hermoso libro que haya hecho editar colombiano alguno desde que Colombia existe", publicó Roberto Pizano en París una biografía de Gregorio Vásquez de Arce y CebaIlos, junto con un catálogo erudito y extenso de sus obras. Fruto de un noble amor al arte, de un desvelado patriotismo, de una gran cultura y de una paciencia extraordinaria, el libro de Pizano se recomienda, así por el lujo de su presentación y por las excelentes reproducciones en tonos sepia y negro de algunos de los mejores cuadros del pintor bogotano, como por la elegancia de la narración, en que detalles desconocidos y jugosos completan la biografía del lejano coterráneo, en quien la genial vocación brilló como una antorcha.
Pizano ha escrito como hubiera pintado. Tal descripción de un patio colonial, de la sabana melancólica, de una partida de caza o de una procesión, parece trazada con pincel. No se lee. Se ve. Y la ilusión llega hasta el extremo de que ante los ojos pasan las nubes perezosas en un día de sol reverberante y azota el rostro un viento tibio en el jardín donde pa recen como con sueño las flores. Pueden verse otros cuadros: el de la disputa de frailes, por ejemplo, en que las cuestiones dogmáticas se resuelven a puño limpio, en la calle, mientras las monjitas, parciales por una u otra de las comunidades, tercian a favor de la preferida desde los balcones, a piedra. Nada más animado ni más regocijante.
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